En busca de una definición

EN BUSCA DE UNA DEFINICION

Texto tomado de:

Franco, J.G. (2006). En busca de una definición de salud en el trabajo. En: Cultura de la empresa y salud en el trabajo (Tesis de Doctorado en Antropología no publicada). Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), México.

En busca de una definición de salud en el trabajo

Cuando se intenta explicar la salud en el trabajo, la manera más fácil de hacerlo, y por consiguiente la más usual, es realizar una descripción, en algunos casos profusa y detallada, de los sucesos más destacados de la medicina del trabajo. Un recuento de esta naturaleza no implica mayor problema, ya que únicamente nos remite a una sucesión organizada de hechos dispuestos cronológicamente, en donde los eventos ahí descritos están sospechosamente ordenados y descontextualizados, de forma tal que es poco probable que se obtengan algunas inferencias válidas de lo que ahí se relata.

Así encontramos descripciones como la de Ortega (1998), que abarca múltiples regiones del mundo y fechas distintas, desde la antigua Mesopotamia, pasando por la revolución industrial inglesa, hasta Francia, Alemania y Estados Unidos del siglo pasado. Los personajes van desde Hamurabi, Ramsés II y Plinio El Viejo, hasta Villerme, Chadwick y Owen. En este tipo de recuentos es infaltable el médico italiano considerado el padre de la medicina del trabajo: Bernardini Ramazzini. En cuanto a las aportaciones de los personajes, se encuentran en códigos, como el de Hamurabi; leyes como las asirias o la Ley de Fábricas inglesa del siglo XIX; y textos como De morbis artificum diatriba, del mismo Ramazzini.

Este tipo de narraciones colocan a los personajes por encima de los hechos, magnifican las aportaciones que tales hombres hicieron al conocimiento y, lo más lamentable, minimizan el contexto y las circunstancias históricas que dieron origen a tales avances científicos. La articulación de estas narraciones está supeditada a la grandeza de los personajes, producto de sus aportaciones. Por supuesto, no es la intención soslayar la importancia de los descubrimientos ni el valor de sus aportaciones, pero consideramos que mitificar a los hombres es una manera fallida de intentar esclarecer un término clave para el campo de conocimiento en cuestión.

Si una de nuestras finalidades consiste en conocer las tendencias que ha seguido la salud en el trabajo o, incluso, prever los derroteros que seguirá en el futuro cercano, entonces una descripción como la antes referida nos impide en absoluto esta posibilidad. Ya que «el proceso de previsión del futuro debe basarse en el conocimiento del pasado. Lo que vaya a ocurrir tendrá forzosamente alguna relación con lo que ya haya ocurrido. […] Lo que sí puede hacer (el historiador) es tratar de analizar qué aspectos del pasado son importantes, qué tendencias apuntan y qué tipo de problemas se presentan» (Hobsbawm, 2000:14).

La Organización Internacional del Trabajo (OIT), que es la institución rectora de los asuntos laborales a nivel mundial, fue fundada en 1919 a partir del tratado de paz de Versalles. Operativamente está estructurada de manera tripartita, de modo tal que involucra la participación de instancias gubernamentales, patronales y de los trabajadores.

Las principales funciones o acciones que realiza son: adoptar normas internacionales del trabajo y vigilar su aplicación; cooperar directamente con los estados miembros; y desarrollar actividades de investigación, recopilación de información y difusión de informes (OIT, 1987).

Dentro de las atribuciones que tiene, también se encuentra el proponer conceptos y definiciones en materia laboral. Se trata del Código Internacional del Trabajo, que es un grupo de textos normativos elaborados por la OIT, con la finalidad de que sean utilizados por los estados miembros y la comunidad internacional.

Después de haber efectuado una revisión amplia de la documentación de la OIT, podemos decir que existe una cierta confusión y ambigüedad en cuanto a la definición de salud en el trabajo propuesta por este organismo. Esta afirmación parte del hecho de que cuando se hace referencia a salud en el trabajo, en realidad se está hablando de medicina del trabajo.

La argumentación es como sigue. Si consultamos la última edición de la Enciclopedia de Salud y Seguridad en el Trabajo, de la OIT, encontramos los objetivos de la práctica de la salud en el trabajo que fueron definidos por el Comité Mixto OIT/OMS, en su primera reunión sobre medicina del trabajo, realizada en 1950:

La medicina del trabajo persigue la promoción y el mantenimiento del más alto grado de bienestar físico, mental y social de los trabajadores en todas las profesiones; la prevención de pérdida de la salud derivada de las condiciones de trabajo; la protección de los trabajadores en su empleo contra los riesgos derivados de factores adversos para la salud; la colocación y el mantenimiento del trabajador en una ambiente de trabajo adaptado a sus capacidades fisiológicas y psicológicas. En resumen, la adaptación del trabajo al hombre y de cada hombre a su trabajo (OIT, 1998a:16.5).

Casi medio siglo después esta misma definición fue revisada en la 12ª reunión del Comité Mixto OIT/OMS celebrada el año de 1995, quedando así:

La salud en el trabajo tiene como finalidad promover y mantener el más alto nivel de bienestar físico, mental y social de los trabajadores en todas las profesiones; prevenir todo daño causado a la salud de éstos por las condiciones de su trabajo; protegerlos en su empleo contra los riesgos resultantes de la existencia de agentes nocivos a su salud; colocar y mantener al trabajador en un empleo acorde con sus aptitudes fisiológicas y psicológicas y, en resumen, adaptar el trabajo al hombre y de cada hombre a su tarea. Las actividades en materia de salud en el trabajo abarcan tres objetivos diferentes: i) el mantenimiento y la promoción de la salud de los trabajadores y su capacidad de trabajo; ii) el mejoramiento del medio ambiente de trabajo y del trabajo a fin de garantizar la seguridad y la salud en el trabajo; iii) la elaboración de sistemas de organización del trabajo y de culturas laborales con miras a fomentar la seguridad y la salud en el trabajo y de promover así un clima social positivo e incrementar la productividad de las empresas. El concepto de cultura laboral se entiende en este contexto como un reflejo de los sistemas de valores esenciales adoptados por las empresas interesadas. En la práctica, dicha cultura se refleja en los sistemas de administración, en la gestión del personal, en los principios de participación, en las políticas de capacitación y en la calidad de la gestión de la empresa (OIT, 1998b:25).

Veamos que sucede con estas definiciones. Lo primero que salta a la vista es su duplicación. Es decir, con excepción de algunas palabras que fueron cambiadas, la definición propuesta en la última revisión de 1995 es una copia fiel de la adoptada en 1950; principalmente es notoria la sustitución del término medicina del trabajo, por salud en el trabajo.

En cuanto a los objetivos que aparecen en la revisión de 1995, si bien en ningún documento se aclara si ya existían en 1950 o se incorporaron en 1995, llama la atención lo siguiente. El primer objetivo está redactado de tal modo que es evidente un marcado interés en la capacidad de trabajo; es decir, parece que la promoción de la salud de los trabajadores sólo está concebida en términos de capacidad de trabajo y no de otra forma.

Por su parte, el tercer objetivo se refiere a la «elaboración de culturas laborales» (sic) para fomentar la seguridad y la salud en el trabajo así como promover un clima social positivo. Si bien, impulsar la seguridad y la salud en el trabajo y un clima social positivo son objetivos deseables en cualquier centro laboral, también es evidente la intención que subyace: el incremento de la productividad de las empresas. Así entonces, se puede inferir que tanto la capacidad de trabajo como la productividad, son los verdaderos y únicos intereses clave que mueven a las empresas para promover cualquier acción encaminada a mejorar la salud de los trabajadores.

Mención aparte merece el concepto de cultura laboral descrito en esta última revisión, ya que está redactado a manera de ideario de la empresa; es decir, los «sistemas de valores» que hacen operativa a la empresa tienen un carácter eminentemente técnico en términos de administración de la empresa y del personal, así como de la capacitación y de la calidad.

Es obvio que el interés es uno y único: la cultura de la empresa. No importa si el trabajador es ajeno a tal cultura y si los intereses de la empresa no son compartidos por el trabajador.

La fórmula queda perfectamente delineada: cultura laboral o cultura de la empresa es igual a capacidad de trabajo y productividad con calidad. Es preocupante que una institución como la OIT, la cual desde su fundación fue concebida para proponer soluciones a los problemas que aquejan a los hombres y mujeres que trabajan, asuma posturas de esta naturaleza.

Por otra parte, el pensamiento hegemónico de la medicina ha considerado a la enfermedad como producto de un daño orgánico primario y único, es decir, fundamentado con un argumento unicausal y ubicada en un plano reduccionista. A esto contribuyeron de manera decisiva las ideas mecanicistas del siglo XVIII, las cuales planteaban que todo lo material era mecánico, apoyadas en la obra de René Descartes (1596-1650) denominada De homine, publicada en 1662, entre cuyos temas destaca la concepción termomecánica de la contracción cardiaca. De este modo, los estudios médicos estaban enfocados en la idea de concebir el cuerpo humano como una máquina y a la enfermedad como aquello que provocaba los desajustes y alteraciones en dicha máquina. Lo anterior colocaba los aspectos psicológicos y sociales de los individuos como marginales y ajenos al hombre enfermo, sin intervención directa y como simple dato biográfico.

Este tipo de razonamiento estuvo intrínsecamente ligado a la revolución industrial, en donde se tenía un punto de vista mecánico de la vida, asunto desarrollado dentro de la lógica que impuso el proceso de producción capitalista. Más adelante, a principios del siglo XIX, de forma paralela al perfeccionamiento del microscopio, se originó la teoría celular, que tuvo como principales impulsores los trabajos del botánico Matthias Jakob Schleiden (1804-1881) y del fisiólogo Theodor Schwann (1810-1882), ambos de origen alemán. Dicha teoría provocó cambios sustanciales en el pensamiento médico de la época, trasladando el sitio de la enfermedad, de los órganos y sistemas clásicos del pensamiento cartesiano, hacia la estructura y función de las células del organismo. Si bien, esto significaba un avance notorio en el conocimiento de los estados morbosos, esta concepción también elaboraba su análisis mecánicamente, pues trataba de solucionar el problema de la génesis de la enfermedad buscando la relación causa-efecto. Es decir, planteaba la solución a sus interrogantes echando mano de un modelo unicausal, pensamiento que prevalece aún en nuestros días.

A pesar de esta tendencia, hubo prominentes científicos los cuales -podríamos decir que a contracorriente- se dedicaron a investigar y analizar el peso que tiene la desigualdad social como causa de la enfermedad, haciendo énfasis en la salud de los trabajadores. Un pionero en estos asuntos fue el profesor de medicina Johan Peter Frank (1741-1821) y su célebre oración-denuncia llamada, La miseria del pueblo, madre de enfermedades, pronunciamiento que hizo en la Universidad de Pavía el año de 1790, donde señalaba:

Debido a que cada clase social sufre las enfermedades determinadas por su diferente modo de vivir, el rico y el pobre tienen padecimientos peculiares bajo cualquier forma de gobierno. No voy a dedicar, sin embargo, mi discurso a las enfermedades originadas por la inevitable ley de la disparidad social, sino a la consideración de las tremendas consecuencias que para la salud pública tiene la extrema pobreza que oprime a la parte más numerosa y útil de la población. […] La inanición y la enfermedad se reflejan en la cara de toda la clase trabajadora. Se reconoce a primera vista. Cualquiera que la haya observado no llamará a ninguno de sus miembros hombre libre. El término ha quedado sin sentido (Frank, 1790:116-117).

A partir de este primer reconocimiento explícito de que la pobreza era -y sigue siendo hasta nuestros días- la primera causa de trastornos en la salud, aparecieron investigaciones en esta misma dirección como las de Schmoller, quien realizó algunos trabajos acerca de la relación pobreza-enfermedad; las investigaciones de Neuman, donde identifica la causalidad social de las enfermedades. Asimismo, el documento del médico de Leeds, Charles Turner, denominado Los efectos de las artes, que fue elaborado en 1821 y publicado diez años más tarde, donde estudia la asociación de la enfermedad con algunas variables de los individuos, como: tipo de industria, profesión, estado civil, hábitos de vida, salud y longevidad.

No menos importante es el estudio epidemiológico de Louis René Villermé, titulado Cuadro del estado físico y moral de los obreros empleados en las manufacturas de algodón, de lana y de seda, que llevó a cabo en establecimientos de la industria textil francesa el año de 1840, donde examina las condiciones de trabajo y los accidentes laborales de la clase trabajadora de ese país. Y el Reporte acerca de las condiciones sanitarias de la población trabajadora en la Gran Bretaña, del inglés Edwin Chadwick, fechado en 1842, donde se discute la relación entre el trabajo profesional y la enfermedad (Ortiz, 1985).

Un estudio también destacado acerca de la desigualdad social de la patología, es el trabajo realizado por el médico inglés John Snow (1813-1858), titulado: On the mode of communication of cholera, publicado el año de 1854. Uno de los aspectos relevantes de tal investigación consiste en que dicho estudio salió a la luz pública 23 años antes de que Luis Pasteur presentara por primera vez, en una sesión de la Academia de Medicina de Francia celebrada en 1878, su teoría microbiana de las enfermedades. De igual modo, se adelantó casi 30 años a Roberto Koch, ya que fue hasta 1883 cuando éste pudo verificar la existencia del vibrio cholerae.

La notable anticipación de Snow, en relación a los descubrimientos de sus colegas, cobra mayor relevancia cuando muestra que la enfermedad y la salud están ubicadas en un espectro mucho más amplio que el estrictamente médico. Las palabras de Snow son bastante elocuentes al respecto: «Toda la evidencia que prueba la transmisión del cólera por medio del agua, confirma aquello que declaré de su transmisión en las habitaciones hacinadas de los pobres, en las minas de carbón y otros lugares, por las manos contaminadas de estas evacuaciones que son deglutidas con los alimentos, así como la pintura es ingerida por los pintores de casas con hábitos desaseados, quienes contraen el cólico saturnino de esta manera» (González, 1985:25).

Las medidas preventivas que sugiere para evitar la transmisión de la enfermedad se caracterizan por su sencillez y relativa fácil aplicación, asimismo, refuerzan su tesis: 1) quienes estén cerca del enfermo deben observar la más estricta limpieza; 2) la ropa de cama, la del paciente y los utensilios que utiliza, deben ser lavados o hervidos; 3) vigilar que el agua destinada para beber y preparar los alimentos se hierva bien para evitar la contaminación; 4) los comestibles deben purificarse por medio del agua o el fuego; 5) evitar el hacinamiento; 6) ir a comer a casa, para evitar tomar alimentos en el interior de las minas; 7) no encubrir la transmisibilidad del cólera; 8) construir un drenaje suficiente y perfecto; 9) contar con abastecimiento abundante de agua totalmente libre de contaminación; 10) proveer albergues para las clases vagabundas y suficiente espacio en las viviendas de los pobres; 11) inculcar hábitos de limpieza personal y doméstica entre la gente; y 12) prestar atención a las personas y especialmente a los barcos, que llegan de lugares infectados, para separar a los enfermos de los sanos (González, 1985:28-29).

Como se puede apreciar, por un lado, el pensamiento médico dominante estaba apoyado en la idea de la relación directa entre la enfermedad y un agente causal que era el responsable de los trastornos en el organismo, principalmente en forma de un microbio específico. Sólo de esta manera se concebía un estado patológico verdadero, entrampado en la relación causa-efecto y carente de respuesta a falta de dicho agente. Y por el otro lado, el sector progresista planteaba que los daños a la salud rebasaban con mucho el restringido marco unicausal, proponiendo que las respuestas al problema se encontraban a la vista y no eran otras que la desigualdad social, la pobreza y la marginación.

Un estudio clásico, que adquiere especial relevancia en cuanto al problema que nos atañe, está planteado en el texto de Federico Engels denominado: La situación de la clase obrera en Inglaterra (Engels, 1984). En esta obra, el autor realiza un examen minucioso y completo de las condiciones en que se encontraba la clase trabajadora de su país, al margen de la perspectiva mecanicista y unicausal líneas arriba descrita. Por el contrario, la contradice abiertamente cuando no busca una causa común a los problemas de salud de los trabajadores, sino intenta estudiar la totalidad que representan las condiciones de vida y de trabajo de los obreros ingleses de la época. Siguiendo esta lógica, primero describe el tránsito del mundo agrícola al industrial y la conformación de una clase social particular: el proletariado. En segundo término, ubica a este proletariado en las grandes ciudades, con todos los problemas que esto conlleva para las condiciones de vida de esta población, en cuanto a salario, vivienda, alimentación y salud, entre los aspectos destacados.

Posteriormente, ofrece los resultados que las condiciones de vida tienen sobre la salud de los trabajadores que habitaban dentro de las grandes ciudades. Más adelante, pasa revista a los obreros industriales dentro de su entorno natural, es decir, al interior de la fábrica; y da los pormenores de los accidentes y enfermedades relacionados con las condiciones y medio ambiente laboral prevalentes. En su descripción no pasa por alto las otras ramas del trabajo, que estaban consideradas como importantes subsidiarias del trabajo industrial. Y finaliza con un apunte extenso acerca de la salud de los obreros que se encontraban ocupados en la industria de la minería.

El libro en cuestión fue escrito entre finales de 1844 y principios de 1845 y publicado en junio de ese mismo año. Este documento, además de contar con un exhaustivo recuento histórico-social de la época, relaciona un número considerable de datos y hechos conectados de manera directa con la salud de los trabajadores. Es un planteamiento que no sólo contempla lo que acontecía al interior de la fábrica, sino también se interesa por las condiciones de vida de los obreros de aquel momento histórico.

Las observaciones que ahí se reseñan están apoyadas por una cantidad importante de documentos o fuentes de datos oficiales que le permiten al autor, por una parte, recrear la situación del trabajador de la época en cuanto a sus condiciones de vida y de trabajo y, por la otra, desentrañar la esencia del conjunto de hechos ahí descritos.

De acuerdo a su estructura expositiva, es posible advertir que el libro está dividido en dos grandes bloques. El primero de ellos describe, en forma exhaustiva, la situación que enfrentaba la clase trabajadora al margen de la fábrica; es decir, sus condiciones de vida propiamente dichas. Esta parte está integrada por los siguientes capítulos: El proletariado industrial; Las grandes ciudades; La competencia; La inmigración irlandesa; y Resultados.

El otro gran bloque concentra lo referente a las condiciones de trabajo en que se desarrollaba el proletariado inglés de aquel periodo histórico, y está constituido por los capítulos: Las ramas aisladas del trabajo; Los obreros industriales en su estricto significado; Las otras ramas del trabajo; Movimiento obrero; El proletariado de las minas; El proletariado agrícola; y La posición de la burguesía frente al proletariado.

Pero veamos un poco más a detalle en qué consiste la propuesta de Engels para estudiar los problemas de la clase trabajadora de su tiempo. En la Introducción, el autor se encarga de reseñar de manera precisa el nacimiento, desarrollo y auge de la industria inglesa de aquella época. Para lograrlo, realiza un recorrido cronológico para ubicar los principales inventos que permitieron la aplicación de las máquinas al trabajo. En particular, describe la serie de hechos cruciales que determinaron la transformación de los agricultores-tejedores, gente que vivía en el campo en un régimen de autosubsistencia, en simples tejedores o proletarios, personas carentes de propiedad alguna, que subsistían por medio del salario que devengaban por la venta de su fuerza de trabajo. En resumen, la intención implícita del autor es mostrar, por una parte, la potencialidad, desarrollo e importancia de la industria inglesa dentro del naciente sistema capitalista; y por la otra, el surgimiento de una clase social con ciertos rasgos particulares que la convierten en dependiente de los capitalistas propietarios; en otros términos, devela la emergencia del proletariado industrial.

Más adelante se dedica a estudiar Las grandes ciudades. Una de las principales tendencias de la industria, y el capitalismo en sí, es la polarización y centralización, no sólo del capital, sino también de la fuerza laboral. Los grandes establecimientos industriales de aquel tiempo requerían gran cantidad de obreros para poder funcionar. Es de esperar que tales trabajadores tuvieran necesidades de consumo que debían ser satisfechas, lo cual en parte dependía de otras personas que se encargaban de suministrar los insumos necesarios. Así ambos, obrero y comerciante, comenzaron a integrar pequeños villorios alrededor de la fábrica, que posteriormente se convertirían en grandes ciudades. Esta es la lógica que nos ofrece en cuanto a la creación y desarrollo de las ciudades: la fábrica, con una gran población ocupada en la misma; otras personas ocupándose de proveer los satisfactores y servicios que requiere la población trabajadora y la expansión cada vez mayor, tanto de áreas geográficas como de concentraciones humanas.

En esta perspectiva, la enfermedad no es el resultado inmediato de una causa única de los problemas de salud de la población en general, y de los trabajadores en particular. Por el contrario, el autor considera necesario incorporar al análisis los temas relativos a vivienda, servicios a la población, promiscuidad y hacinamiento, distribución y centralización de los polos industriales, vestido y alimentación de los obreros y epidemias, entre otros temas destacados.

La primera parte del libro finaliza con el capítulo de Resultados, entre los cuales se observa que las grandes ciudades estaban habitadas principalmente por obreros, carentes de propiedad alguna, subsistiendo exclusivamente de los ínfimos salarios que percibían.

Asimismo, faltos de educación y moral, se desarrollaban en un ambiente en donde privaba el robo, la prostitución, el alcoholismo, el suicidio y la degradación humana más completa.

El contar con tan pocos medios determinaba que las viviendas estuvieran mal construidas, carentes de los servicios públicos elementales, húmedas, mal ventiladas e insalubres; y en tales espacios reducidos era habitual la falta de un mobiliario mínimo. El traje o vestido de los obreros era generalmente miserable, de escasa calidad y poco adecuado para el clima de aquellas latitudes. Los alimentos regularmente eran de dudosa calidad y poca cantidad; y en algunas ocasiones se carecía de ellos, lo que significaba periodos de hambre para el trabajador. Una de las conclusiones a que arriba Engels, en cuanto a salud obrera se refiere, consiste en que si una población vive en tales condiciones, es de esperar que padezca innumerables enfermedades, tanto agudas como crónicas, incluyendo la posibilidad de contraer alguna enfermedad epidémica, tan frecuentes en aquellos años.

Ahora bien, en el capítulo El proletariado industrial, que corresponde a la segunda parte del texto, plantea que los primeros proletarios pertenecieron a la industria y fueron producto directo de ella, motivo por el cual son los trabajadores industriales quienes deben ser estudiados en primer término. Le sigue en importancia la mano de obra que estaba inserta en las industrias subsidiarias de aquellas dedicadas a la producción de hilados y tejidos; en tercer lugar, los obreros que se localizaban en los establecimientos dedicados a la producción de insumos industriales: materias primas y combustibles, es decir, los trabajadores de las minas de carbón y metales; y por último, aquellos destacamentos de trabajadores del campo que denominó proletariado agrícola.

En esta parte del texto, dedicada casi exclusivamente al ámbito laboral, el autor nos ofrece una descripción pormenorizada de las condiciones de trabajo de los obreros ingleses de la época. Para lo cual se vale del estudio de algunos temas relevantes, entre los que destacan: el perfeccionamiento y automatización de la maquinaria, como generador de desempleo y conformador de un ejército industrial de reserva; la distribución de los obreros por sexo y edad y, en algunos casos, por tipo de industria; el trabajo infantil; el cambio de roles en la pareja; y, principalmente, la organización y división del trabajo y las condiciones y medio ambiente laboral. Es de remarcar que los hechos descritos en el libro de Engels son el resultado, por una parte, de directas, cuidadosas y detalladas observaciones personales; y por la otra, de una amplia revisión y análisis de la información estadística publicada por las autoridades médicas de la época.

En resumen, logra retratar fielmente la patología industrial más frecuente en la clase trabajadora, producto de las condiciones de vida y de trabajo es que estaba inmerso el obrero inglés de la revolución industrial. No es ocioso insistir en que la génesis real de los accidentes y enfermedades laborales de estos trabajadores no era producto, de ninguna manera, de una causa única o especial. Todo lo contrario, el problema de la patología laboral está íntimamente relacionado con la situación y condiciones que privaban tanto al interior, como al exterior de la fábrica, las cuales conducían irremisiblemente a los individuos al terreno de lo patológico.

No es exagerado afirmar que el libro en su conjunto debe ser considerado de importancia capital, no sólo por el hecho de ofrecernos importantes aportaciones desde el punto de vista histórico, sino principalmente puede ser tomado como guía o metodología de estudio para abordar los problemas relacionados con el trabajo. Ya que, de acuerdo con Engels, «La historia de la clase obrera inglesa comienza en la última mitad del siglo pasado (XVIII), con el descubrimiento de la máquina a vapor y de las máquinas para la elaboración de algodón.

Estos descubrimientos dieron, como es sabido, impulso a una revolución industrial, a una revolución que transformó al mismo tiempo toda la sociedad burguesa y cuya importancia para la historia mundial solamente ahora comienza a ser reconocida. Inglaterra es el terreno clásico de esta revolución, que avanzó tanto más potente cuanto más silenciosa, y por esto es Inglaterra también la tierra clásica para el desarrollo del principal producto de tal revolución: el proletariado» (Engels, 1984:32).

Llegado este punto, nos interesa hacer algunas precisiones finales acerca de la salud en el trabajo y plantear una definición preliminar para discusiones posteriores. El término salud en el trabajo o salud laboral ha sido utilizado, usualmente, como sinónimo de medicina del trabajo, incluso por los mismos médicos. Debido a las grandes diferencias que existen entre ambos conceptos, es necesario aclarar esta confusión.

La medicina del trabajo tiene, por lo menos, cuatro limitaciones frente a la salud en el trabajo: 1) su campo de estudio está ubicado en el nivel individual, es decir, el trabajador es considerado de manera aislada en cuanto a la comunidad o grupo de trabajadores que comparten las mismas tareas y el mismo medio ambiente de trabajo; 2) su interés principal gira alrededor de la relación causa-efecto, ya que sólo cuando logra establecer esta relación, da por ciertos los problemas de salud; 3) se mueve en un ámbito sumamente restringido, en donde los elementos históricos, económicos, políticos y sociales en que está inserto el trabajador, pasan a formar parte de un mero asunto anecdótico; y 4) el servicio que ofrece está enfocado a la curación o reparación del daño, ya que la medicina del trabajo atiende hechos consumados: accidentes y enfermedades de origen laboral.

Por su parte, la salud en el trabajo: 1) considera los problemas de salud como inherentes a los colectivos de trabajadores, por lo cual propone que es la comunidad o grupo que comparte un mismo espacio laboral y una misma exposición a riegos nocivos para la salud, quien debe ser estudiada; 2) la relación causa-efecto es una mínima parte de la complejidad que representa el problema de la salud de los trabajadores, por lo que propone un estudio integral y no parcial o fragmentario; 3) analiza los problemas de salud desde una perspectiva amplia, la cual incluye el contexto en que están insertos los trabajadores y no sólo las condiciones y el medio ambiente laboral; y 4) su enfoque es eminentemente preventivo, es decir, sus medidas y acciones están dirigidas a evitar la ocurrencia de accidentes y enfermedades de trabajo y a mejorar el ámbito laboral, en su más amplia expresión (Franco, 2001).

Entendida de esta manera la salud en el trabajo, se puede definir como: «Área compleja del conocimiento que se encarga del estudio integral del proceso de trabajo y su relación con la salud de los trabajadores, para lo cual utiliza algunas disciplinas como la seguridad, higiene, ecología, protección civil, psicología, ergonomía y medicina del trabajo, entre otras, para cuantificar los fenómenos en estudio; área cuyo fundamento y marco explicativo se ubican en el ámbito económico, político e histórico de los grupos sociales involucrados» (Franco, 2000:4).

Como se puede observar, los contrastes son bastante notorios, ya que la salud en el trabajo estudia a los grupos humanos, aquellos que comparten iguales o similares condiciones laborales, con una óptica amplia e integradora que incluye las condiciones de vida y de trabajo en que están insertos los trabajadores. Como señala acertadamente Eduardo Menéndez: «Asumir que la salud y enfermedad son emergentes estructurales de las actuales condiciones de trabajo, y de las condiciones sociales generales vinculadas al trabajo; asumir la problemática salud-enfermedad como problemática de conjunto, y no como mera expresión privada; asumir esto supone la potencialidad de generar uno de los cuestionamientos más graves y estructurales al proceso político global. La salud aparece con total claridad a través del proceso de trabajo como un problema básicamente político» (Menéndez, 1978:14).

En esta misma idea, es importante subrayar que la amplitud y complejidad que tiene este campo del conocimiento, dificulta el examen exhaustivo e integral de los centros de trabajo. No obstante, esto no debe ser excusa ni pretexto alguno para seguir estudiando la salud laboral en la empresa desde una perspectiva limitada o estrecha.

Existen metodologías de estudio -no convencionales o emergentes, como prefiera llamárseles- que han hecho diversas e importantes aportaciones en este campo. Entre éstas se distingue el llamado Modelo Obrero Italiano (Oddone et al., 1974), el cual, en su momento, tuvo una amplia aceptación y difusión en Latinoamérica, y en nuestro país en especial, probablemente debido a su carácter contrahegemónico. Son cuatro los elementos centrales que integran esta propuesta: 1) el grupo homogéneo; 2) la experiencia obrera; 3) la validación consensual; y 4) la no delegación.

Un instrumento importante de esta metodología son los mapas de riesgo, que para los italianos significan el fin de la denuncia y el principio de la acción. Tales mapas son una representación gráfica del proceso de trabajo y los riesgos y exigencias a que están expuestos los trabajadores. A grandes rasgos, esta técnica permite, en primer lugar, ubicar el proceso de trabajo y la dirección que sigue. En segundo, reconocer los diferentes elementos del proceso de trabajo: objetos de trabajo; medios de trabajo; organización y división del trabajo; y el trabajo mismo o tareas que realizan los trabajadores. Y tercero, representar gráficamente la localización exacta de todos los riesgos y exigencias presentes en la empresa, su magnitud, número de personas expuestas, daños a la salud, acciones preventivas actuales y medidas a tomar al respecto. Es decir, primero detecta los problemas y después propone alternativas de solución en cuanto a las condiciones de seguridad e higiene, medio ambiente laboral y salud de los trabajadores.

Otra propuesta también de origen italiano, pero en este caso de corte teórico, es el libro la Salud de los trabajadores, cuyos temas principales están centrados en la lucha por la salud a partir de la existencia de clases sociales y la salud en la fábrica y el control obrero, donde se plantea que para estudiar la salud laboral y la prevención de los accidentes y enfermedades, deben tomarse en cuenta los siguientes aspectos: «a) existe una interacción estrecha entre salud en la fábrica y salud en la sociedad; b) el lugar de trabajo se modela según los valores y las reglas expresadas por la sociedad global; c) el modo de producción determina también las condiciones objetivas de la organización del trabajo; d) existe una estrecha correlación entre organización del trabajo y patología del trabajo» (Tomasetta, 1978:231-232).

Existen otras metodologías de estudio de la relación trabajo-salud más amplias y recientes, que algunos investigadores latinoamericanos del campo de la salud laboral han elaborado e implementado con buenos resultados. Tal es el caso de La salud y el trabajo, donde el autor subraya la enorme importancia que tienen en nuestra área de interés las técnicas de investigación cualitativas, como son «las historias de vida, inducción analítica, análisis de contenido, análisis lingüístico de textos, análisis de archivos, entrevistas, etc» (Betancourt, 1995:109).

En otro texto del mismo autor, afirma que «Se ha discutido de manera suficiente que los fenómenos de la salud se encuentran sujetos a leyes naturales y sociales con jerarquías y relaciones que definen formas especiales de enfermar o de morir. Sin embargo, no se puede soslayar la idea que estos procesos cambian también por las características de la acción cotidiana de los distintos actores sociales, principalmente de los trabajadores y empleadores, impregnada de las necesidades explícitas o implícitas de los mismos, de los intereses contrapuestos o compartidos, de sus particularidades étnicas, culturales o de grupo» (Betancourt, 1999:40).

Otro ejemplo de naturaleza similar es la Evaluación y seguimiento de la salud de los trabajadores, que es «una propuesta metodológica para estudiar de manera sistemática la relación entre los determinantes, las causas y los problemas colectivos e individuales de salud-enfermedad de los trabajadores» (Noriega et al., 2001:7).

Las propuestas arriba citadas pueden catalogarse como avances significativos en el campo de la salud en el trabajo, ya que tienen una visión amplia e integradora del problema y han mostrado su eficacia para investigar y proponer alternativas de respuesta a los problemas derivados de las condiciones de vida, trabajo y salud de los asalariados.

Referencias bibliográficas

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